Por Gustavo Da Silva. Corría el año 1980. Apenas tenía 10 años. Esa época mágica
donde todo pibe tiene su sueño. Mi sueño era ser dibujante. Admiraba los
dibujos de Caloi. Ese Clemente que le había ganado aquella batalla mediática al
mismísimo "Relator de América" apenas dos años antes. Aquella frase
del "Tiren papelitos, muchachos" quedó grabada en la historia, y
Clemente pasó a ser la mascota del pueblo en ese mundial, muy por encima de
Mundialito, la mascota oficial, el Gauchito tan lejos de la emoción futbolera,
y tan cerca al régimen totalitario de ese entonces.
A partir de ahí comencé en viejos cuadernos a dibujar,
a hacer viñetas de humor, historietas de aventuras, y cosas que recién muchos
años después pude ver publicadas. Recuerdo que la admiración por este artista
no sólo era el leer todos los días la contratapa de Clarín para ver sus nuevas
tiras, sino también el pasar con el auto de mi familia por la puerta de su
casa, un enorme chalet que se ubicaba entre José Marmol y Adroguè, y donde por
las tardes, en algunas ocasiones se lo podía ver en la puerta, charlando con
los vecinos, como cualquiera en el barrio. Porque debemos destacar que la fama
no se le subió a la cabeza nunca. Siempre fue una persona muy modesta.
Llegó 1982. Yo seguía dibujando. Ocasionalmente pasábamos
con mi familia por el gran chalet, y por las noches se veía la ventana más alta
del chalet, que era su estudio, con las luces encendidas, y se podía observar
al genio en acción. Y ahí me llegó la gran oportunidad de conocerlo en persona.
En la escuela nos pidieron hacer un reportaje a alguien que consideráramos
importante por algo. No podía dejar pasar ese momento. Y por lógica Caloi fue
mi entrevistado. Y desde luego, el primer reportaje que hice en mi vida. Sin
saber que ese iba a terminar siendo mi destino. Que iba a llegar tan lejos.
Todavía recuerdo cuando me hizo entrar a semejante
chalet, tenía un living con unos sillones de corderoy, esos que cuando uno se
sienta se hunde totalmente, Un hogar a leños y una pared totalmente repleta de
llaves antiguas que coleccionaba. Tenía una perra cocker de nombre Daysi.
Recuerdo que como todo chico, fui con mi bicicleta rodado 20 y la dejé detrás
de los ligustros que tenía en su jardín. Papel y lápiz, no tenía grabador ni de
casete ni mucho menos digital.
Lo vi nuevamente en 1985, cuando tenía que hacer un
reportaje, en ese caso para la secundaria. Aún tengo guardado como una gran
reliquia el poster de la vieja revista TV Guía, donde aparecía el póster de
Clemente, desde ya autografiado por su autor, y mi vecino, Caloi.
Pasaron los años, yo me dediqué al dibujo humorístico
pero lamentablemente no lo pude ver en esa época. Luego dejó el Partido de
Almirante Brown y se mudó a Belgrano, y tenía las oficinas de producción de
"Caloi en su tinta" en la calle Paseo Colón. Pero todos lo recuerdan
en Brown por su don de gente, y desde ya por ese potencial artístico que lo
hizo único.