Desde muy chico mi pasión era leer las tiras de humor gráfico. Se podría decir que aprendí a leer con los titulares del aquel Diario "Clarín", que era en papel, en blanco y negro, y si mentía o no, no es parte de la historia que les cuento. Y antes de leer los titulares, me apasionaba leer la contratapa, que era el lugar donde estaban mis ídolos. Los dibujantes y sus creaciones. Recuerdo a aquel "Loco Chávez" de Trillo y Altuna, el Mago Fafa, de aquel recordado vecino Alberto Bróccoli, cuyo apellido engalanó un aula de “La Cucaracha” de Adrogué. Y otros dibujantes cuyo nombre se me escapa de la mente, nomás de la emoción; muchos ya no están. Y desde luego, aquella tira de Bartolo y Clemente, que hacía un salteño quien había adoptado al Partido de Almirante Brown como "su lugar en el mundo", y cuya abreviación de su nombre y apellido era CALOI.
Corría el año 1977 y a casa llegó el primer automóvil. Mi abuela materna vivía en Villa Galicia, Temperley. Entonces mi papá, en ausencia del hoy popular GPS, acudió a las guías Filcar y diseñó un recorrido de calles internas -desde luego, asfaltadas- y de esa forma poder llegar rápido y sin tener que lidiar con la vieja avenida Espora, y su continuación en Lomas de Zamora, Almirante Brown y Valentín Alsina. Fue así como transitar por aquellas calles mejoradas y poceadas, en muchos casos, nos hacía llegar en unos veinte minutos, y sin sobresaltos, pasando por Mármol, Adrogué, el icónico Barrio "La Perla", Villa Sastre y terminábamos en Villa Galicia. Pero el corto viaje tenía cierto encanto. Ver a las gitanas con sus trajes típicos, los carromatos donde vivían, las casas prefabricadas de madera y pintadas de todos colores, las lonas y los colchones en las veredas, los ponys, llamas y otros animales que no se veían nada más que los fines de semana en mi barrio, cuando aparecían para poderse tomar una foto con los niños -en blanco y negro, claro está-, y detalles pintorescos como les estoy contando. Realmente un viaje corto, pero que era entretenido para los ojos de un niño. Cierto día, tras pasar la escuela "Arnoldo Jannsen", para chicos discapacitados, a unas cinco o seis cuadras, mi papá señala hacia el lado de una tremenda residencia, franqueada por ligustrinas, diciendo, "Míralo a Caloi". En efecto, se trataba de un señor muy alto, delgado, con una melena larga, enrulada, siempre con sus clásicas camisas blancas, desde su portal, hablando con los vecinos, como cualquier otro. A los pocos meses, Clemente despertaría pasiones populares, con su "Tiren papelitos, muchachos", sus apariciones en los tableros electrónicos del Monumental de River Plate, y el duelo del personaje, desde la contratapa del diario contra el "relator de América". Creo que en aquel entonces fue que despertó en mí la pasión por el dibujo.
Homenaje de Gustavo Da Silva a Caloi |
Siguió corriendo el tiempo, siempre al pasar con el auto era una cosa obligada mirar hacia ese gran chalet de altos, en José Mármol, primero a ver si estaba en la vereda, algo muy común, ya que llevaba el barrio en su sangre, y que reflejaba en sus trabajos, y de noche el espectáculo era otro. En dicho chalet había un gran ventanal, donde de noche se lo podía observar realizando sus dibujos. Algo que supongo que en la mente de un chico se podía potenciar a límites insospechados.
Corría 1982, junto al Mundial de España -desafortunado para nuestra Selección-. Pero por fortuna, para matar un poco las penas, aparece en el Canal 13, los cortos de "Clemente", en aquel entonces al estilo "Muppet" (en los 90 llegarían en animación digital). Con la ayuda en los libretos de dos grandes como Dolina y Fontanarrosa, se transforman esos cinco minutos diarios en el éxito del año, aun guardo ese poster de la Revista "TV Guía". Y también recuerdo el merchandising de los Clementes, la Mulatona y el hincha de Camerún. También había confiteros con la cabeza de Clemente, de esos llegaron a mi casa; los muñecos, tengo entendido que eran caros. En pleno apogeo de la "ClementemanÍa", yo cursaba séptimo grado y a la maestra se le ocurrió, dentro de lo que era un poco "orientación vocacional", nos sugirió hacer un reportaje, a alguien que suponíamos, era importante. Ella nos hacía las preguntas. Muchos pensaron en un hermano mayor, un tío, el padre o la madre. Yo elegí a Caloi. Allí comenzaron aquellos debates "del Clan" de la historia de las vacaciones anteriores -que pasamos en esta revista, por cierto-. "¡Pero mira si te va a dar bolilla!" "¿No te das cuenta que tiene cosas más importantes que hacer que eso?" Y otras que no recuerdo.