Me puse a caminar por aquellas calles de José Mármol y Adrogué, y toqué el portero eléctrico del caserón. No fue tarea fácil. Yo fui de tarde y el ya no estaba a esa hora. Me acercaron desde adentro del caserón un papel con el teléfono particular y yo debía llamar desde el honguito de Entel que había en mi barrio, justo frente a la estación de Rafael Calzada, previo hacer cola y rezando conseguir fichas –carísimas-, y rezando que funcionara cuando te tocaba hablar. Tras varios llamados y visitas al lugar, me citaron para un sábado, en las cercanías del mediodía -me enteré luego que el hombre dormía hasta muy tarde, era un artista-. Yo para ese día me había levantado temprano, había ido movilizado con mi rodado 20 de color verde claro, muy desvencijada. Y después de esperar una hora en la esquina, "porque no se había levantado", finalmente vuelvo a tocar timbre y se aparece en el jardín, con su perra "Daisy", con orejas de cocker, pero mucho más grande, que se me abalanzó para saludarme cuando me hizo pasar, y me permitió pasar con la bicicleta, la que estacioné del lado interno de la frondosa ligustrina.
Si el caserón era grandioso por fuera, adentro no se quedaba atrás. Ingresé por una puerta enorme, y pasamos un living con sillones de corderoy marrón, de esos que cuando uno se sienta tiene la sensación de terminar en las baldosas; un gran hogar a leña que en ese momento del año estaba apagado. Una gran colección de llaves antigua colgadas en una pared. Y el mismo Caloi, de puño y letra, contestó el cuestionario que me había dado la maestra (cosa que luego la asombrara). Hablé poco con él, le conté que hacía historietas desde hacía dos años; quiso verlas, pero yo desafortunadamente no había llevado -en realidad mis padres no me permitían llevarlas a las calles, quizá por vergüenza a que su hijo quisiera ser dibujante-, luego le llevé ese poster de la TV Guía de la carpeta y le pedí un autógrafo, y luego de un apretón de manos, me volví a mi casa, tras tamaña hazaña, la de encontrar a mi ídolo, de poder hablar con él, y más allá de que traía el reportaje para el colegio, del cual saque diez, lo más importante, de traer el autógrafo, de su puño y letra, escrito en birome, un Clemente que decía "Viva Gustavo!!".
A todo esto, la familia o "el clan", lo tomó como aquel incidente de las Trillizas de Oro, se guardaron a silencio, aunque, cuando aparecía Caloi por la televisión y le hacían un reportaje, me decían, "¡ahí está tu amigo!".
Tres años más tarde, en 1985, en la secundaria, para la materia Lengua y literatura - ex Castellano-, la profesora nos dijo de hacer un reportaje, ya que nos estaba enseñando las diferencias entre la lengua objetiva y la subjetiva. Entonces nos determinó hacer un trabajo práctico en forma individual o en equipo. Intenté realizarlo en equipo, pero ante el "veddettismo" de algunos de los integrantes, decidí hacerlo por mi lado. Fue así que volví al caserón de José Mármol, toqué el portero eléctrico, se apersonó la esposa de Caloi y me acercó el teléfono en un papel, y sabiendo algunas de las características de mi ídolo, logré rápidamente mi cometido. En este caso me vino a abrir la puerta en bata -no la de Sandro-, sino algo más modesto, se puede decir como una salida de la cama, yo iba sin bicicleta, pero esta vez Caloi fue respondiendo mis preguntas y yo las iba anotando en papel. La reacción de los ex compañeros de equipo, a pesar que yo solo saqué un ocho, fue de indignación. Lo había hecho rápido y ya estaba calificado.
Fue ahí donde, tras mentar una propuesta superadora, lograron conseguir a Caloi, llevaron esos radiograbadores gigantes donde pudieron grabar la entrevista. Lograron que Caloi les firmara autógrafos para la profesora, el rector, la portera, cosa que poco tenía que ver con el trabajo práctico en sí, ya que se los calificaría por el reportaje y no por el cholulismo.
He aquí que cayeron al colegio con el radiograbador gigante, el cual hacía que se escuchara hasta en el piso de arriba y abajo sin pagar entrada, y de paso interrumpir a los curas cuando daban misa muy cerca de allí -el colegio era de curas-, de paso todos felices con su autógrafo en mano. Prácticamente creyeron que iban a recibir la Orden del Libertador, o algo así. Y en el transcurso del reportaje le hicieron una pregunta al entrevistado que hizo que aquel clima de "La Laguna Dorada" se convirtiera en un infierno.
- ¿Dónde estaba cuando inventó a Clemente?
- ¡En el baño! -, contestó Caloi.
Dicha ocurrencia del genio provocó carcajadas interminables, mientras la profesora aullaba de indignación. "¿Pero ¿cómo se les ocurre preguntarle semejante cosa a un humorista?" "¿No saben que aprovechan cualquier oportunidad para hacen chistes?" Y aquella superproducción creo que tuvo siete u ocho. Lo cual en lo que a mi humilde trabajo presentado llegó a una muy buena calificación, y esa profesora, que no era de mi agrado, no me reprochó nada por el estilo. Solo me calificó. Los odios personales con mis ex compañeros de equipo siguieron, no era para menos, quedaron humillados luego de la presentación. Pero desde luego no había sido culpa mía. Quizá un poco de culpa propia, inexperiencia, y un poco por la pincelada sabia de "mi amigo Caloi".