El filósofo compartió varios conceptos e invitó a reflexionar en el marco del Conversatorio organizado por la Universidad Nacional Guillermo Brown titulado “Ciencia, Tecnología y Sociedad”.
Darío Sztajnszrajber aseguró que el problema es que el conflicto se ha vuelto casi un tabú en nuestra sociedad. Ciencia, tecnología y poder forman parte de nuestra vida social e individual.
"La ciencia es una manera de pensar y de ver el mundo completamente diferente de la religión, pero en algunos sentidos pareciera tener algo de religioso", aseveró el filósofo, docente y divulgador Darío Sztajnszrajber durante la charla virtual “Ciencia, tecnología y sociedad”, llevado a cabo el viernes 2 de julio y organizado por la cátedra homónima de la Universidad Nacional Guillermo Brown (UNaB).
Además abordó los aspectos de las relaciones entre el poder y la ciencia. En este sentido, observó que es justamente en la labor concreta y diaria de la comunidad científica (con sus dilemas presupuestarios, complicaciones administrativas e intereses contrapuestos) donde se cae esa imagen “inmaculada” que, incluso, le dificulta al público ver la utilidad social del conocimiento.
“Son muy conocidos en la historia de la ciencia los descubrimientos que no han sido aceptados en su época no porque no hayan sido verdaderos (o falsos), sino porque la comunidad científica de la época no los aceptó”, señaló Darío Sztajnszrajber.
¿Cuál es el rol de la Ciencia en nuestra sociedad?
La ciencia todavía tiene una manera de presentarse socialmente como exenta de conflicto social. Construye una representación de sí misma más vocacional, de acuerdo con la cual hay un interés científico de acceder a la verdad, de producir conocimiento, y esa vocación parecería estar por encima de cualquier conflictividad social, relación de poder o interés corporativo.
Asimismo, la ciencia goza de cierta confianza social, y todavía se supone que un científico está más guiado por la búsqueda de la verdad que por su interés. Como si no se tratase de una actividad humana y el hecho de que esté guiada por un interés degradase la tarea del científico. El problema es que está sobreestimada esa idea purista de la verdad que suele asociarse a la ciencia.
Endiosar la tecnología
Hay corrientes filosóficas que analizaron estas relaciones entre ciencia y poder. Así, por ejemplo, desde el punto de vista del influyente Martin Heidegger (uno de sus autores favoritos), el propio discurso científico constituye de por sí una impronta de dominio del hombre sobre la naturaleza para beneficio del sistema productivo.
Hoy que cada vez más vemos el colapso inminente por la destrucción de nuestro mundo natural podemos replantearnos hasta qué punto esa relación supuestamente neutral del conocimiento científico y tecnológico sobre nuestra naturaleza no genera a través de su explotación efectos muy evidentes que tienen que ver con su propia destrucción. Podríamos relacionarnos con la naturaleza de otras formas.
Hay, en este sentido, avances tecnológicos que adquieren una imagen casi “sagrada”. Lo primordial es escapar tanto de las visiones “tecnofóbicas” como de las “filotécnicas”, es decir, las que están a priori a favor o en contra de todo desarrollo tecnológico. Tampoco tendría mucho sentido, en su opinión, preguntarse si las tecnologías vienen a alterar o no la “naturaleza humana”. “Lo primero que haría es pelearme con la idea de pensar a la tecnología como algo exterior al ser humano; lo digo medio en chiste, pero, creo que la vemos, casi como algo extraterrestre”.
La técnica es constitutiva del ser humano, e incluso podríamos considerar al lenguaje como una “tecnología”, y a ciertos movimientos del cuerpo como parte del acervo técnico de la humanidad. En definitiva, resumió, nos peleamos con aquellas innovaciones tecnológicas que aún no hemos llegado a asimilar, y a las que tenemos asimiladas –como los anteojos, la odontología o el shampoo para el pelo, que también son producto de la tecnología– las utilizamos sin cuestionarlas.
Esa visión “religiosa” de la tecnología mal entendida también instala mitos, como por ejemplo el mito de que internet hoy “está en el aire” y es tan libre y gratuita como el aire que respiramos: Ese es un mito similar al del mercado como un lugar al que todos llegamos en igualdad de condiciones, como en la idea religiosa de que todos somos iguales ante dios… Y no somos iguales ante dios, porque no todos nos podemos sentar en el mismo lugar en la iglesia”. En este tipo de mitos, es necesario cuestionar el tema del acceso, donde habitualmente hay diferencias de clase o de género entre otras.
¿Qué sería “resistir al poder” tecnocientífico?
El cuestionamiento de las derechas hacia valores como la justicia o la igualdad de pronto parecen rozar también a la autoridad social del saber científico. Obviamente cuando aparecen cuestionamientos a la ciencia desde lugares conservadores o en defensa de un supuesto orden natural defiendo a la ciencia y a su carácter progresista, democrático y empírico, porque me parece fundamental frente a cualquier dogmatismo decir: «Bueno, vayamos a los hechos y comprobemos. Ahora, eso no me quita, filosóficamente, saber que los hechos empíricos son cuestionables porque la empírea supone siempre un punto de vista previo que puede ser tergiversado. Una cosa no quita la otra.
Luego, en ciencia como en cualquier otra actividad, dice, hay disputas de poder. En la universidad, puso por ejemplo, un problema administrativo con las inscripciones es una disputa de poder. Vivimos en una sociedad que ha hecho del conflicto una mala palabra, y el conflicto, para los que creemos en la democracia, es el motor que hace que la democracia funcione, porque es lo que permite la diferencia. Si no, quedamos subsumidos en una maquinaria que nos hace pensar a todos de manera uniforme.
En ese sentido, sacar el velo y mostrar, como proponen ustedes, sacar el velo de los conflictos sociales o de género que hay en la ciencia, que es una actividad absolutamente patriarcal, o la forma falocéntrica en que intervenimos sobre la naturaleza, todas esas cosas sirven para que tengamos una visión más real y menos idealizada.