El Teatro Roma de Avellaneda fue, una vez más, el escenario de una experiencia teatral conmovedora con la reposición de "Caer (y levantarse)", un unipersonal que destila solidez y visceralidad en cada escena. Luciano Castro, bajo la dirección de Mey Scápola y con dramaturgia de Patricio Abadi y Nacho Ciatti, ofreció una actuación de profunda entrega física y emocional, llevando sobre sus hombros el peso de una historia tan cruda como inherentemente humana.
La obra, ambientada en un espacio escénico que evoca la soledad del encierro, teje un diálogo potente entre las cicatrices del pasado y el potencial redentor del amor. La elección del Teatro Roma para presentar esta obra no es casualidad. Tal como expresó Luciano Castro: "Avellaneda es una ciudad muy importante y teatrera aunque parezca únicamente futbolera. Para mí estar acá es especial siempre". Estas palabras resuenan con el compromiso de llevar el teatro a lugares donde las historias pueden conectar de manera más profunda con el público.
"Caer (y levantarse)" nos introduce a Junior, un boxeador confinado en una penitenciaría de la Costa Argentina, en la tensa noche previa a la lectura de su sentencia. A medida que la inminencia del veredicto se cierne sobre él, Junior se abre confesionalmente ante los espectadores, compartiendo los claroscuros que han marcado su vida. A través de este acto de desnudez emocional, la obra explora temas universales de una manera íntima y conmovedora.
Luciano Castro describe a Junior como un personaje profundamente humano, a pesar de ser una creación ficticia. "Para mí Junior es más humano que cualquiera, aunque sea un personaje de ficción. Por las cosas que transita, por las cosas que le han pasado, por las cosas que les pasan. Puede ser que tenga un costado bastante marginal, pero eso no lo hace para nada extraño". Esta marginalidad, lejos de ser un rasgo ajeno, se convierte en un espejo que refleja las realidades de muchos en nuestra sociedad.
Castro continúa: "Puede ser únicamente eso, marginal, como tantos que hay en nuestro bendito país; sin recursos, gente que no se puede defender más que con levantándose todos los días; un personaje que puede ser muy creíble para cualquiera". La obra, por lo tanto, se convierte en un grito de empatía hacia aquellos que luchan día a día por sobrevivir en un sistema que a menudo les niega las oportunidades.
El propio Luciano Castro reconoce una conexión personal con su personaje. "Es un boxeador, la pasión por el boxeo que de hecho fue armado para eso. Después lo que puedo sentir con él es esta condición sine qua non de levantarse siempre porque creo mucho en eso". Esta identificación con la resiliencia y la capacidad de levantarse ante la adversidad es un tema central en la obra, y resuena con la experiencia humana en general.
"Caer (y Levantarse)" es mucho más que la historia de un boxeador preso. La obra explora temas universales como el éxito y el fracaso, la paternidad, el amor, las imposiciones sociales, la caída y, sobre todo, la capacidad de resiliencia del ser humano. La emotividad es el hilo conductor de la obra, pero la dramaturgia inteligentemente incorpora toques de humor, ofreciendo un respiro al espectador y una vía de escape ante la dureza de la realidad que se presenta en escena.
Luciano Castro invita a la reflexión sobre la hipocresía social y la necesidad de empatía hacia aquellos que se encuentran en situaciones de vulnerabilidad: "Porque tiene que ver con la sociedad careta en la que vivimos, con cuánto realmente ayudamos a la gente que lo necesita y cuánto no. (Darnos cuenta de que todos podemos tener un junior en la familia. De hecho, creo que todos tienen un junior en la familia. Y si no, un vecino, un amigo, un conocido. ¿Y por qué Caer y Levantarse? El título te lo dice todo. Tienes que venir por eso, porque es la vida misma. Te caes, te tenés que levantar".
En definitiva, "Caer (y Levantarse)" es una obra que invita a la reflexión, que emociona y que nos recuerda la importancia de la perseverancia y la esperanza, incluso en los momentos más oscuros. La solidez de la interpretación de Luciano Castro, la dirección sensible de Mey Scápola y la dramaturgia precisa de Abadi y Ciatti, confluyen en una propuesta teatral potente y necesaria que resonará en el espectador mucho después de que caiga el telón.