GABO, EL
ALMA DEL REALISMO MÁGICO
Ganador del Premio Nobel de literatura en 1982, García
Márquez fue uno de los escritores con más presencia dentro del denominado Boom
latinoamericano, a partir del cual el resto del mundo comenzó a leer las
páginas que se escriben en esta parte de la región. Con tinta y papel, supo
crear todo un nuevo paradigma literario: el realismo mágico, cuyos principios
estéticos produjeron un sello propio de la poética hispanoamericana,
distanciándose de lo fantástico europeo. Por ejemplo, en esta nueva literatura,
lo insólito, anormal o alterador del orden se mira con ojos asombros y
atractivos, y no desde lo atemorizante. Además de desempeñarse como escritor,
el colombiano fue editor, guionista y periodista.
Después del Nobel, García Márquez se consolidó como figura
de la cultura latinoamericana y mundial. En su país formó parte de la comisión
encargada de diseñar una estrategia nacional para la ciencia, la investigación
y la cultura. Además, siempre mostró apoyo a la revolución cubana y rechazó al
bloqueo norteamericano.
En el terreno literario, tres años después del Nobel publicó
otra de sus mejores obras: El amor en los tiempos del cólera (1985). Se
destacan también la novela histórica El general en su laberinto (1989), sobre
el libertador Simón Bolívar, los relatos breves reunidos en Doce cuentos
peregrinos (1992) y la novela-reportaje Noticia de un secuestro (1996), que
examina una serie de secuestros ordenados por el narcotraficante colombiano
Pablo Escobar.
Tras algunos años sin publicar, en 2002 Gabo presentó la primera
parte de sus memorias, Vivir para contarla, en la que repasa los primeros años
de su vida. En 2004 vio la luz la que iba a ser su última novela, Memorias de
mis putas tristes.
García Márquez murió en abril de 2014 en México, donde residía con su esposa, a los 87 años.
SU LIBRO EMBLEMA, 100 AÑOS DE SOLEDAD
“Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el
coronel Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su
padre lo llevó a conocer el hielo”. Así comienza la historia de uno de los
libros más importantes y populares de la literatura latinoamericana y
universal: Cien años de soledad.
Las circunstancias de la publicación de Cien años de soledad
no trascendieron demasiado: se dice que en septiembre de 1966, luego de 18
meses de trabajo, García Márquez fue junto con su mujer, Mercedes, al correo
más cercano de su casa en México para a enviar a Buenos Aires el manuscrito de
casi 500 páginas. Pero solo tenían dinero para enviar la mitad, y así lo
hicieron. Volvieron a su casa para empeñar algunos electrodomésticos (el
secador, el calentador y la batidora) y enviaron el resto.
La editorial argentina Sudamericana fue la destinataria y
encargada de publicar la monumental obra, en junio de 1967. El libro –que narra
la historia de la familia Buendía a lo largo de siete generaciones, en el
pueblo ficticio de Macondo– fue traducido a más de 35 idiomas y se convirtió en
una de las piezas literarias en español más leídas en el mundo.
Gabo, como se apodaba el gran escritor colombiano, compartió en primera persona: “De pronto, a principios de 1965, iba con Mercedes y mis dos hijos para un fin de semana en Acapulco, cuando me sentí fulminado por un cataclismo del alma tan intenso y desgarrador que apenas logré eludir una vaca que se atravesó en la carretera. No tuve un minuto de sosiego en la playa. El martes, cuando regresamos a México, me senté a la máquina para escribir una frase inicial que no podía soportar dentro de mí. Desde entonces no me interrumpí un solo día, en una especie de sueño demoledor, hasta la línea final en que a Macondo se lo lleva el carajo”.
En uno de sus artículos de la época, el escritor argentino
Tomás Eloy Martínez relató un momento sobre la fama que iba cobrando la obra y
su autor: “Aquella misma noche fuimos al teatro del Instituto Di Tella.
Estrenaban, recuerdo, Los siameses, de Griselda Gambaro. Mercedes y él se
adelantaron a la platea, desconcertados por tantas pieles tempranas y plumas
resplandecientes. La sala estaba en penumbras, pero a ellos, no sé por qué, un
reflector les seguía los pasos. Iban a sentarse cuando alguien, un desconocido,
gritó ‘¡Bravo!’, y prorrumpió en aplausos. Una mujer le hizo coro: ‘Por su
novela’, le dijo. La sala entera se puso de pie. En ese preciso momento vi que
la fama bajaba del cielo, envuelta en un deslumbrado aleteo de sábanas, como
Remedios la bella, y dejaba caer sobre García Márquez uno de esos tiempos de
luz inmunes a los estragos de los años”.