A pocos meses de haber asumido, Sasturain no solo realizó un relevamiento general de las instalaciones y actividades culturales de la BBNM, sino que además comenzó una intensa labor -junto con un equipo de expertos de la institución-, para poner en marcha los servicios bibliotecarios y bibliotecológicos, a pesar de la actual pandemia.
En este sentido, el director de la emblemática Biblioteca
Nacional nos cuenta acerca de los proyectos y perspectivas en su nuevo rol, y
los desafíos y metas para evitar el aislamiento entre lectores y libros.
¿Cómo fue la llegada a la Biblioteca Nacional Mariano
Moreno y cuáles fueron sus primeras impresiones en su nuevo rol al frente de la
institución?
Ante la renuncia a fin de 2019 de la anterior directora,
Elsa Barber, que había en su momento accedido al cargo por la dimisión de
Alberto Manguel, me tocó asumir –con innegable sensación de orgullo y un cierto
estupor intimidante– la conducción de esta institución. Fui designado por el
Presidente a principios de enero y, tras dedicar dos semanas largas a conocer
en forma somera el lugar, las cuestiones y la gente, me hice cargo,
formalmente, el 10 de febrero, una vez que estuvo el nuevo equipo de trabajo
designado (por mí) y trazados los lineamientos generales, formuladas las ideas,
“que regirían el desarrollo de la gestión”. Hubo un acto de presentación con
todo el personal y otro público, con periodistas y todo. Lindísimo. A partir de
ese momento, nuestra tarea “en vivo” duró casi justo un mes. Nada más ni menos.
Durante esas pocas semanas, además de atender -en principio y por orden de
prioridad- a la situación laboral, las condiciones de trabajo del personal, el
mantenimiento edilicio y otras muchas y complejas cuestiones burocráticas y
organizativas de orden interno, avanzamos en algunos temas que tienen que ver
con la gestión “hacia afuera” de la Biblioteca. Sobre todo en el área cultural,
alevosamente postergada durante la gestión inmediatamente anterior. Porque
–cabe puntualizarlo– la BNMM se apoya no alternativa, sino simultáneamente en
dos patas: la esencial y fundante, la función-tarea bibliotecológica; y la
lógica e insoslayable, resultado de su quehacer en sociedad, la función-tarea
cultural.
¿Cuáles fueron los primeros lineamientos, en tanto
proyecto de gestión, de las actividades culturales?
En el área de actividades culturales, primero –con el
aliciente que significaba la designación de María Moreno como directora–, con
Guillermo David en lo conceptual y el equipo de mantenimiento en lo edilicio,
se recuperó el maltratado edificio del Museo del Libro y de la Lengua,
desactivado en sus funciones durante los últimos años. Había que darle entidad
otra vez, abrirlo al público y a las actividades tras un lapso prolongado de
intencionado abandono. Y así se hizo, con reinauguración, fiesta aniversaria y
todo, el 8 de marzo. Una brillante carrera contrarreloj que señaló cuál iba a
ser la impronta que Moreno daría a su gestión. En segundo lugar, se volvió a
poner en rampa de producción a la Editorial de la Biblioteca Nacional, también
desactivada tras haber editado, en su momento, nada menos que cuatrocientos
títulos con Sebastián Scolnik y Horacio González al frente. Y se hizo con el
mismo equipo. En tercer lugar, se gestionó el retorno sin costos de la Biblioteca
(después de inexplicables años de ausencia) a la Feria Internacional del Libro
de Buenos Aires, incorporándose al espacio colectivo de los entes oficiales.
Por otra parte, se retomó, junto con el Ministerio de Cultura de la Nación, la
tarea de recuperar y consolidar institucionalmente como Anexo Sur de la
Biblioteca Nacional el antiguo edificio de la calle México –la gloriosa casa
“de Groussac y de Borges”, que nos albergó hasta 1994- y donde funciona desde
hace años, a cargo de un equipo de investigadores especializados de la
Biblioteca, el mayor centro de documentación sobre la obra borgeana.
¿Y en cuanto a las iniciativas culturales tradicionales?
En cuanto a las actividades tradicionales del área cultural,
se abrió la inscripción a los cinco talleres de lectura literaria del primero
de los tres trimestres anuales (marzo, abril y mayo), recuperando el plantel
completo de escritores talleristas diezmado / discontinuado en los últimos
años. Con Laura Cardona, Jorge Consiglio, Osvaldo Gallone, Cristian Kupchik y
Ricardo Romero se cerró la convocatoria con récord de inscriptos y aumentando
el cupo. Obvia y paradójicamente, el estallido de la pandemia impidió que este
logro se pudiera concretar en su plena realización. Finalmente, se decidió
darle una envión importante al área de Comunicación, con algunos cambios, ya
que pese al talento del personal, el minucioso y rico archivo y a la tecnología
disponibles no existía la suficiente presencia e intensidad en los medios que
hiciera visible el universo vivo y complejo de la Biblioteca. En ese momento no
se podía sospechar qué importante resultaría esta decisión en el futuro
inmediato.
¿Cómo es trabajar hoy, en medio de una emergencia
sanitaria?
La pandemia atravesó todo. Plantó un panorama inédito,
seamos obvios. Y en principio no podemos ni siquiera comparar con un antes,
porque no tuvimos siquiera la experiencia de (empezar a) hacer funcionar a la
Biblio en plenitud. De acuerdo con muchas de las ideas (y las personas) que
rescatábamos de la anteúltima gestión, la que hizo historia -Vitale / González,
para entendernos- y dejó un modelo a retomar en muchos aspectos, pensamos
sumarle conceptos y modalidades de trabajo basadas en la participación cada vez
más amplia de los usuarios, el uso y el acceso intensivo y extensivo del
acervo, la circulación plena y libre de los libros, y la utilización productiva
del capital humano e intelectual. Verificamos sin sorpresa que hay mucha gente
valiosa y de experiencia en la Biblio que sólo necesita el permiso y el estímulo
para generar (más) cosas.
Entre esa gente valiosa, se rodeó de muchos expertos con
gran trayectoria en la propia Biblioteca Nacional.
Exacto. Precisamente, busqué en los principales
colaboradores –Elsa Rapetti, Guillermo David, Estela Escalada, Roberto Arno,
Damián Vives, Cecilia Calandria, Carlos Bernatek y muchos otros y otras- los
saberes y la experiencia de gestión de las que un recién llegado al Estado
carece: cada uno de ellos lleva décadas (sic) en la institución y sin su aporte
nada funcionaría. Haber decidido contar con su apoyo es mi mayor (y único)
logro hasta ahora. Por eso: hay equipo. Y que exista y funcione en la
emergencia como tal ha sido el resultado de una apreciación realista de la
situación: la complejidad y la diversidad de las cuestiones que involucran la
gestión de un organismo como la Biblioteca Nacional requieren un primer gesto
inaugural y consecuente de delegación y saludable discriminación de funciones,
con la consabida comunicación coordinada. De eso se trata y uno debe aprender a
reconocer aptitudes y limitaciones, roles y facultades. Lo intentamos entonces
y cada día.
Seguramente, la pandemia hizo que se reconfiguraran
distintas cuestiones que hacen al servicio público.
La pandemia afectó, afecta y acaso afectará a la Biblioteca,
como a tantas otras instituciones y actividades, y al mundo todo, de un modo
definitivo y descalificador: la desnaturalizó, perdió (o extravió) su razón de
ser. La redujo o, mejor, la motivó a emprender, creativamente, una serie de
actividades compensatorias de efecto residual (aquí estamos, pese a todo) que
no pueden reemplazar sus funciones básicas en tanto biblioteca pública, sino
que tratan de mantener –hacer señas, gestos- la llamita encendida del piloto,
la luz automática del pasillo cuando llega el apagón generalizado. Quiero decir
que no hay forma –en pandemia- de readaptar de manera genuina el servicio
esencial de la Biblioteca: juntar materialmente los libros con sus lectores.
Pero hay otras cosas por hacer, y se hacen. En este sentido, el departamento de
Comunicación de la Biblio se convirtió (se reconvirtió en realidad), por
necesidad y por prepotencia de trabajo e ingenio de sus integrantes, con Ana Da
Costa como coordinadora y el recién llegado Mariano Mucci a cargo del área
audiovisual, en el (único) lugar de referencia, de servicios y de contacto
regular con la comunidad. Es la llamita, quiero decir: la web (y la radio, por
ahora) es lo que se asoma, lo que se puede ver, lo que gradual y alternadamente
se expone y hace visible de tanto que hay y se ha hecho, más lo nuevo, más
todas las invenciones de material audiovisual que se suben diariamente en
diferentes secciones y formatos para abastecer en parte y con otro régimen
cultural alimentario, las necesidades y los deseos del lector / consultor /
investigador de la Biblioteca, confinado a la intemperie y a la distancia –como
nosotros- y con “la ñata contra el vidrio”, discepolianamente. Así, limitados a
la pantalla como único lugar virtual de contacto, los usuarios disponen del
menú habitual de servicios estrictamente bibliotecológicos siempre actualizados
para la consulta, y ahora también de una especie de “bibliotecario a la carta”.
¿A qué alude esta idea de "bibliotecario a la
carta"?
Esta especie de "bibliotecario a la carta" guía y
asesora online en dos turnos diarios. Un invento auspicioso, ya que todo el
personal de la Biblio que puede trabajar desde las compus de su casa, gracias a
que el equipo de Sistemas lo ha posibilitado tras laboriosa gestión. Claro que
además –y sobre todo– la página web se ha convertido por necesidad y decisión
en un espacio que trasciende la funcionalidad del servicio específico al
buscador: qué / cuál / quién / dónde de la pesquisa bibliográfica. Es decir: en
esta coyuntura, no basta con poder informar –como en tiempos normales- sobre
las características y los contenidos de todas las piezas catalogadas. Por eso,
Comunicación carga otros muchos materiales de interés, provenientes tanto del
área bibliotecológica como de la actividad cultural. Y ahí se ha disparado la
creatividad con los ciclos “Diario de la Peste”, en que ya son decenas los
escritores que han testimoniado desde su casa, con fotos y palabras propias, la
experiencia vital y literaria de la vida en pandemia; “Mientras tanto”,
columnas semanales de María Moreno desde el Museo del Libro y de la Lengua, que
produce también el ciclo Lenguas vivas.
¿En qué estado se encuentra el proceso de la digitalización del acervo bibliográfico y patrimonial de la Biblioteca?
Es una cuestión compleja, que tras haber sido pospuesta o
soslayada durante mucho tiempo, se propuso como prioridad en la última década,
con todos los vaivenes económicos y políticos que conlleva el período. Es
lógico que tras la consulta del “estado actual de la digitalización” se esconda
la fantasía de que, ante una emergencia como ésta, provocada por la pandemia,
existiría o, mejor, “debería existir” la posibilidad de acceder a versiones
digitales de todo o gran parte del patrimonio: el casi millón y medio de libros
(y folletos) registrados y los tres millones de publicaciones periódicas, más
los documentos, filmes, discos, cedés y devedés, fotografías, partituras, mapas
y un largo etcétera. Lo que merece adecuadas salvedades, no en cuanto a la
necesidad de que la digitalización se efectivice (un trabajo en marcha) sino
con respecto al grado y modos de accesibilidad, y a las formas de circulación
de semejante patrimonio virtual. Es un debate universal en que tanto la
democratización de la información y los derechos del consultor visitante, como
el reconocimiento y el alcance de los derechos de propiedad intelectual y de
autor no pueden dejar de ser contemplados. Los que saben de estas cosas porque
han hecho de su experiencia en la Biblio el eje de sus vidas -como en el caso
ejemplar de la licenciada Elsa Rapetti, nuestra subdirectora- son quienes
pueden y saben transmitir y ejecutar con idoneidad y saberes consolidados las
acciones concretas y las convicciones que las sostienen. Precisamente, en la
reciente cita virtual dentro del Ciclo de Diálogo Abierto con el tema
“Bibliotecarios en tiempos de Covid19”, organizado por la Asociación de
Bibliotecarios de Córdoba el viernes 19 de junio pasado, nuestra subdirectora
expuso una ponencia programática y de gestión –“Biblioteca Nacional: hacia una
dimensión federal, inclusiva y de igualdad de oportunidades”- en la que
detalló, entre muchas otras cuestiones, el estado de la ejecución del Proyecto
de Digitalización del acervo Bibliográfico de la BN, que se realiza con un
considerable aporte -desglosado y escalonado- del Fondo Financiero para el
Desarrollo de la Cuenca del Plata (FONPLATA) que permitirá –son 7.000.000 de
dólares- “posicionar a la institución como modelo tecnológico en la región”. Al
respecto, Rapetti puntualizó que con esos fondos –entre otras cosas- se
generarán nueve nuevas “estaciones de trabajo”. Se trata de diversos tipos de
escáneres para diferentes formatos con mesas compensadoras, escáneres en “V”,
que permiten tratar materiales antiguos o encuadernados sin forzarlos,
escáneres de funcionamiento robotizado, incluso escáneres Zeutchell que
microfilman desde el objeto digital, y un laboratorio para la digitalización de
sonidos e imágenes. Un arsenal tecnológico de última generación.
¿Esto representa un problema para los derechos de autor?
En nuestro país –es sabido, cuestionado, discutible– la
legislación sobre derechos de autor, que data de 1933 con escasas
modificaciones, es acotada, restrictiva y presenta indefiniciones en su articulado
que no se adecuan ni contemplan los nuevos contextos tecnológicos y las
cambiantes necesidades socioculturales de hoy. Hay controversia respecto de su
actualización. En ese sentido la BN –y en esto sigo a Rapetti con estricta
disciplina– considera propicia toda iniciativa que garantice el equilibrio
entre los intereses de los autores de obras en los distintos formatos y los
intereses de la sociedad como usuaria a través de los servicios de las
bibliotecas y de otras unidades de información de nuestro país. Es un debate
abierto en el que la BN participa consciente de su posición rectora y de todo
lo que se juega cuando se cruzan cuestiones de planteadas en términos de
democratización de acceso y reconocimiento de soberanía cultural e intelectual
en tiempos globalizados.