Entre la diversidad de obras teatrales que se presentan, el 11 de febrero se estrena La ilusión del rubio, escrita por Santiago San Paulo y dirigida por Gastón Marioni.
Al respecto, conversamos con el protagonista de la obra, el joven actor argentino Martín Slipak, quien nos cuenta un poco más sobre esta historia y algunas cuestiones acerca de la reconversión del lenguaje y espacio teatrales, en tiempos de pandemia.
¿Estás por estrenar La ilusión del rubio, mediante el ciclo del Teatro Cervantes en la explanada de la Biblioteca Nacional? Contanos sobre la obra.
La obra es un texto del cordobés Santiago San Paulo sobre el caso de Facundo Ribera Alegre: un joven de 19 años desaparecido en Córdoba en 2012, bajo el gobierno de De La Sota. Es un unipersonal. El autor genera una voz ficcional de lo que diría Facundo si pudiera hablar, si volviera como fantasma a pedir justicia. Además, el actor le presta su cuerpo a Facundo y el teatro le facilita un espacio para expresarse. Si bien la obra juega con la representación y la ficción, no deja de ser tener dejos documentales, ya que el caso es real y el pedido de justicia y aparición de Facundo está vigente. Su mamá, Viviana, le sigue exigiendo justicia y verdad al gobierno y a la policía de Córdoba.
¿Cómo es trabajar y ensayar en medio de una pandemia?
Obviamente es complicado para todos trabajar en este contexto. El teatro es expresión, pero también es vínculo, diálogo entre quienes hacen la obra y también diálogo con quienes la aprecian. Por mi parte, al ser unipersonal, no aparecía la dificultad del contacto estrecho. El juego escénico era conmigo mismo y quienes rodeaban la escena: director, realizadores, técnicos fueron sumamente cuidadosos con el protocolo. Vivir con el riesgo de enfermarse es agotador, pero el teatro en particular no presenta más riesgos que otros espacios. Por el contrario, el teatro es seguro.
¿Creés que cambiaron los códigos del propio lenguaje teatral en este momento?
Creo que los códigos del teatro cambian constantemente, día a día. El teatro, como cualquier expresión artística, es atravesado por la realidad. Cuando uno intenta escaparle a ese cruce, oculta algo inocultable. Sería ridículo no hacerse cargo desde el teatro de lo que está sucediendo. Esto no quiere decir que de ahora en más las obras solo deban hablar de la pandemia. Pero vivimos en un mundo pandémico y ese es el contexto, por ahora, en el que nos toca hacer teatro.
Con las primeras vanguardias del siglo XX ya habían cambiado algunas cuestiones como salir del teatro como espacio (la caja italiana) y tomar otros como fábricas y lugares abiertos. ¿Creés que la pandemia forzó a rever este tipo de cosas?
Hay algo ancestral y sagrado en el encuentro teatral. Algo ceremonial muy mágico, que efectivamente tiene que ver con la presencia. Es un rito presencial. Creo que eso no va a morir. Las ceremonias son una necesidad en las culturas. El encuentro, la catarsis, el revisarse, el mirarse son necesidades que no van a desaparecer. Pero también creo que despreciar todo lo que no corresponda puramente a ese rito es perderse de algo importante. Ante la necesidad de subsistir y también de expresarse, durante la pandemia surgieron híbridos, nuevas formas. No sé si quedarán o derivarán en qué. Sin embargo, surgen como movimiento, como respuesta a la quietud y a la dificultad, y son valiosas. En este momento, estoy haciendo una obra que tiene que ver con las violaciones en manada y otra que tiene que ver con un chico desaparecido en democracia. Y si bien los dos espectáculos me llenan de orgullo desde el punto de vista artístico, creo que más importante que el resultado artístico, es el resultado social. Es importante que se hable de estos temas para que no ocurran más. El teatro, en este caso, es un canal. Y si ese canal tuviera que tomar otra forma, en pos de que estos hechos no se repitan, entonces no me preocupa demasiado si es por streaming, vivo o YouTube. Quiero que no violen a las chicas y que no haya desaparecidos en democracia. Eso me interesa mucho más que si mi obra es sobre un escenario o no. Si lo es, mejor; si no lo es, ya lo será. Mientras tanto, seguimos expresándonos a fin de modificar o revisar cuestiones.
¿Qué sucede con los espectadores? ¿Qué respuestas observas? ¿Se mantiene el acercamiento y el interés por la producción teatral en este momento de crisis?
El espectador entiende que se trata de un momento particular y de que los espectáculos están condicionados o atravesados por el contexto. El espectador que va al teatro en esta época demuestra su involucramiento con el arte, con la cultura. A su vez, hay gente atemorizada y es absolutamente comprensible. Mis padres aún no se animaron a ver Jauría. Y yo en las charlas les demuestro que es mucho más seguro ir al teatro que a un restaurante. Se ve más público joven en los teatros. Obviamente son los que se sienten más seguros para salir. El gran porcentaje del público teatral, sobre todo en el teatro comercial, es mayor a 50 años. Ojalá sea una infeliz excusa para volver a acercar a los jóvenes al teatro. Para eso es importante, en este momento, facilitarles el pago de la entrada con grandes descuentos, ya que la economía en las generaciones más jóvenes está en una situación límite.
¿Qué cosas tener en cuenta a la hora de mirar teatro en otros espacios menos convencionales o tradicionales?
Creo que justamente hay un problema en el teatro, ya que se le pide un alto nivel de convencionalidad para no incomodar al público. Creo que es interesante correr ese concepto y que no solo los lugares no convencionales estén teñidos de la novedad y del movimiento. Creo que debemos estar más abiertos a que los lugares convencionales se empiecen a correr de la convencionalidad de sus propuestas. Si no, el teatro va a ser cada día más aburrido.