Por Agustín Ochoa Ortega. En el corazón de Almirante Brown, un distrito que ha sido testigo del paso de grandes personalidades de la cultura, la literatura, la música y la política, resplandece la figura del prestigioso historiador argentino José Luis Romero. Su historia en Adrogué no solo es un relato de amor por un lugar, sino también un testimonio de cómo el entorno puede influir y moldear la vida y obra de un intelectual.
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Foto: Tom McGann, traductor de Las ideas políticas en Argentina (1) |
El primer contacto de José Luis Romero con Adrogué se dio a través de su labor docente en el Instituto Americano, precursora del Colegio Nacional. Desde su residencia en Palermo, comenzó a visitar la ciudad en busca de un destino veraniego para su familia. Lo que empezó como una simple elección de vacaciones pronto se transformó en una profunda conexión con esta encantadora localidad, ubicada en la provincia de Buenos Aires y fundada por Don Esteban Adrogué.
Luz Romero, la hija de José Luis, relata en el libro “Brown, una historia compartida”, cómo su padre no solo se mudó con su familia a una casa en la Calle Cerreti, sino que también estableció amistades significativas en la comunidad, como la de Eduardo Muñiz, quien se convertiría en el vicedirector del Instituto. Estas relaciones y el entorno en el que se encontraba jugaron un papel crucial en la vida del historiador y en su legado intelectual.
Un Hombre de Múltiples Pasiones
La vida de José Luis Romero en Adrogué estuvo marcada por una pasión insaciable por el conocimiento y la creación. Su amor por la carpintería lo llevó a transformar un antiguo gallinero en un taller, donde se dedicaba a fabricar muebles para su hogar, incluida una impresionante colección de siete bibliotecas. Su hijo, Luis Alberto Romero, recuerda instancias en las que su padre se vestía con ropas muy usadas para trabajar, pero su felicidad era palpable mientras entonaba tangos, folklore y arias de ópera durante estas sesiones de carpintería.
Este ímpetu por el trabajo físico también se veía reflejado en su pasión por el boxeo, actividad que había practicado en su juventud. Para desgastar energía, según cuenta Luz, su padre dedicaba horas a cuidar del jardín, complementando así su vida intelectual con actividades físicas. Esta dualidad de intelecto y acción se convirtió en la marca de su carácter y su legado creativo.
Recuerdos en el Taller
La nieta de José Luis, Mariana Horlent, comparte memorias entrañables de su abuelo, quien, tras adquirir un terreno en Pinamar, construyó allí una vivienda que también se llenó de sus obras. La dedicación que él mostraba en la carpintería resultaba en muebles hechos a mano, desde camas hasta mesas y mesitas de luz. Sus nietos disfrutaban de visitas en las que la rutina incluía girar en una silla giratoria en su estudio, experimentar con chocolates y luego disfrutar de la emblemática calesita.
Estos momentos reflejan no solo la creatividad de José Luis Romero, sino también su deseo de compartir su mundo con su familia, creando memorias imborrables que resonarían en las generaciones venideras.
Un Encuentro de Gigantes
Uno de los aspectos más intrigantes de la vida de José Luis en Adrogué es su relación con el célebre escritor Jorge Luis Borges. Vivía a solo una cuadra y, según Luz Romero, frecuentaba su hogar. A veces sin previo aviso, Borges llegaba para conversar en las noches veraniegas, compartiendo poesía en lengua anglosajona con Romero, quien se destacaba en el estudio de la Edad Media. Aunque hay menciones de un cuento policial que Borges escribió en casa de Romero, su paradero sigue siendo un misterio.
Estos encuentros no solo representaban momentos de camaradería, sino también un entrelazamiento de dos mentes brillantes que, en su contexto local, contribuyeron significativamente al patrimonio cultural argentino.
El Legado de un Grande
Tristemente, la vida de José Luis Romero llegó a su fin en Tokio, Japón, el 28 de febrero de 1977. Con su partida, su hogar en Adrogué fue vendido, obligando a su familia a rescatar recuerdos y objetos que habían dado forma a su vida en esa ciudad que tanto había amado. Luis Alberto recuerda la tristeza de vaciar el taller, un espacio que atesoraba innumerables horas de trabajo y creación.
Para honrar su contribución al ámbito nacional, provincial y local, la Escuela de Educación Secundaria N.º12 de Adrogué lleva su nombre. En su antigua residencia, se erigió una placa conmemorativa que recuerda su paso por esos jardines donde su ingenio floreció, haciendo de este lugar un verdadero pilar de su legado.