Por Agustín Ochoa Ortega.
Amada mamá:
El Día de las Madres ha llegado una vez más, y por segundo año consecutivo, me encuentro elevando la mirada al cielo, embargado por la nostalgia. Aún resuena en mi memoria la cercanía de la última celebración, ese homenaje que rendimos con tanto cariño, materializado en un almuerzo opíparo, fiel reflejo de las costumbres que nos legaste. Recuerdo vívidamente esos fideos con salsa, coronados por albóndigas exquisitas, testimonio de tu maestría culinaria, un festín que no dejó rastro alguno en los platos. Era impensable, en aquel entonces, que esa ocasión marcaría el cierre de un capítulo, la última vez que celebraríamos juntos, amada madre. Persisten en mis recuerdos tus rituales matutinos: el esmero con que pelabas y cortabas las verduras, la dedicación en la preparación de tus albóndigas, una de tus especialidades más aclamadas. Y mientras la cocción impregnaba el hogar con aromas irresistibles, te entregabas a la selección del vestuario, el baño revitalizante, el maquillaje sutil, realzando la belleza que irradiabas, mami, una belleza que trascendía lo físico.
No puedo negar, mami, que tu ausencia ha provocado lágrimas en repetidas ocasiones. Veintinueve años a tu lado fueron un regalo invaluable, pero insuficientes para compartir todos los momentos que anhelaba, como la alegría de anunciarte que serías abuela o el orgullo de contarte mi ingreso a un medio nacional, tal como siempre te expresé mi anhelo de trabajar en Canal 13, uno de tus canales predilectos. Atesoro cada instante, cada recuerdo, como joyas preciosas. El día en que recibí mi primer título universitario, el instante en que fui galardonado con mi primer premio como periodista, o aquel 6 de diciembre de 2022, cuando, tras aprobar el último parcial de la facultad, nos fundimos en un abrazo eterno, un abrazo que nació de tu preocupación al notar mi tardanza en compartir la noticia y que culminó en un torrente de emociones compartidas. O cuando compartimos el día de tu boda con mi papá, tras 12 años de noviazgo, y me diste el honor de ser tu padrino. O la celebración de tus 70 años en tu restaurante predilecto. Estos recuerdos, como tesoros preciosos, son los que atesoro en mi corazón. Son la prueba tangible de un amor incondicional, de una conexión profunda que trasciende la barrera de la muerte. Esos momentos, grabados a fuego en mi memoria, son el faro que guía mis pasos en la oscuridad de tu ausencia.
Cada día de mi vida honro la vida, tal como lo hacías tú, mami, que no bajaste los brazos ni cuando las cosas se ponían bravas. Honro tu legado. Honro tu nombre en cada lugar que voy, y de la nada me nace hablar de ti. Te honro y estás presente en cada actividad que realizo. Trato de ser ese chico amoroso, atento y respetuoso que tanto querías que lo sea, recordando cada charla, cada consejo, cada llamada de atención y cada regaño. Tu influencia sigue guiando mis pasos, moldeando mis decisiones y dándome la fuerza para enfrentar los desafíos que la vida me presenta. En cada logro, en cada sonrisa, en cada acto de bondad, siento que te estoy honrando, que estoy viviendo de acuerdo con los valores que me inculcaste. Porque una madre nunca se va del todo; vive en sus hijos, en sus enseñanzas, en el amor que sembró.
Extraño compartir contigo, mami, los desayunos que solían estirarse más de la cuenta, debido a que nos poníamos a reflexionar y compartir nuestros miedos, nuestras alegrías; abalanzarme a ti y a papá al punto de aplastarnos cada vez que iba a su habitación a desearles las buenas noches o para despertarte mientras que ya había preparado el desayuno. O abrir la puerta de mi habitación y decirte a los gritos: -"Buen día a la mamá más bella del mundo", mientras que vos, mami, me respondías con un "mentime que me gusta" y yo abrazándote; dándote un beso en la frente o a veces iba al baño a buscar el peine para peinarte mientras que desayunabas. Extraños las veces que me consolabas cada vez que lloraba desconsoladamente y en tus brazos encontraba mi paz a tanto mal. Aunque no estes físicamente, estás conmigo, en cada paso que doy eres el ángel que me protege; la estrella que ilumina mi camino. Tu amor sigue siendo mi refugio, mi consuelo, mi inspiración. Y aunque este Día de las Madres la nostalgia me embargue, sé que tu espíritu vive en mí, y eso me da la fuerza para seguir adelante, honrando tu memoria y celebrando el legado de amor que me dejaste.
Este día no es solo un día para recordar con tristeza, sino para celebrar la vida de una mujer extraordinaria que me dio todo. Gracias, mami. Siempre te amaré.
Te pido algo mami: espérame mami porque sé que nos vamos a reencontrar y te podré contar toda la falta que me hiciste; todo lo que hice en este tiempo. Espérame con los brazos abiertos mami porque también voy a necesitar un abrazo tuyo, de esos que dicen "no te preocupes mi hijito adorado, acá está tu mamá para cuidarte y protegerte". Te amo mami hermosa.
Pd: En este Día de las Madres, mi mensaje es simple pero profundo: celebremos a nuestras madres, no solo con regalos y flores, sino también con actos de amor y gratitud. Honremos su memoria viviendo vidas plenas y significativas, transmitiendo su legado a las futuras generaciones. Porque el amor de una madre es eterno, un faro que ilumina nuestro camino incluso en la oscuridad. Y a ti, mami, dondequiera que estés, te envío todo mi amor y mi gratitud. Tu recuerdo vivirá por siempre en mi corazón.