El filósofo y docente argentino reflexiona sobre lo que nos demanda el actual escenario mundial de pandemia, y las posibilidades del pensamiento filosófico para comprender este nuevo tiempo que parece marcar, aún con incertidumbre, un antes y un después.
Filósofo y docente, Darío Sztajnszrajber lleva muchos años
en uno de los caminos más fascinantes que se pueden emprender: el del saber y
la verdad. Ese amor al conocimiento tal es el significado del propio término de
“filosofía”, aunque no revele la totalidad está presente con preguntas que
pueden ser simples o complejas y, más que nada, incómodas, molestas e
irreverentes que nos invitan siempre al cuestionamiento y la transformación.
En ese sentido, y en este momento de emergencia sanitaria,
pandemia y confinamiento, qué mejor que el pensamiento y las ideas para armar,
desarmar y rearmar estructuras y categorías conceptuales que echen un poco más
de luz, a un tiempo de incertidumbre y preocupación. ¿El mundo ya no será tal
cual lo conocemos? ¿Comienza una época de nueva "normalidad"? ¿Se
reinventarán las artes y la cultura en general?
A propósito, Sztajnszrajber —autor de varios libros como
¿Para qué sirve la filosofía? (2013); Filosofía en 11 frases (2018); Filosofía
a martillazos (2019), docente en distintos establecimientos y conductor del
programa Mentira la verdad (Canal Encuentro), Seguimos educando (Televisión
Pública), Demasiado humano (Futurock FM), entre otros espacios de difusión— nos
cuenta más sobre todo lo que nos exige este acontecimiento mundial sanitario,
sus distintas implicancias y las posibilidades del pensamiento filosófico para
comprender un poco más, este nuevo tiempo que ya cambió, pero todavía no parece
vislumbrar.
-Entre cierto discurso que sigue afirmando la inutilidad
de la filosofía y la explosión de programas con conductores filósofos, ¿crees
que la disciplina ganó lugar en ámbitos más allá del académico o hubo una
fagocitación en términos de productividad sobre el quehacer filosófico?
Si lo ponemos en esa dualidad, sería aceptar que todo lo que sucede en la esfera pública no funcionaría si no es bajo el parámetro de la mercantilización. Y, justamente, la filosofía desde su apego a la “inutilidad” lo que hace es implosionar ese sentido productivista de todo lo que el mercado toca. Por ejemplo en la Argentina, a partir de la presencia de un canal educativo estatal, como es Canal Encuentro, el lenguaje de la filosofía empezó a circular masivamente y, sobre todo, en el campo de lo popular. Este lenguaje fue de algún modo apropiado por sectores populares que encuentran en el discurso filosófico una manera de desmarcarse de la normalización, en la que hoy el mercado sigue de algún modo construyendo. Entonces, creo que en la pandemia/cuarentena, la emergencia del discurso filosófico lejos está de ser una prueba del éxito del mercado, sino todo lo contrario: el lenguaje del mercado no alcanza para ofrecer respuestas y, entonces, en la esfera pública hay otros discursos que están teniendo otra presencia y que también pueden ayudar a pensarnos mejor en este tiempo.
En relación con ofrecer respuestas, y frente a la incertidumbre de no saber hacia dónde vamos a partir de esta pandemia, ¿la filosofía ayudó a echar un poco más de luz y, además, a reflexionar hacia dónde íbamos antes?
Creo que una de las claves filosóficas para pensar el actual
confinamiento es no romantizar el pasado y, por lo tanto, no romantizar el
futuro. Esta idea de que el acontecimiento que está sucediendo es una especie
de insert que, en algún momento, puede terminar y entonces vamos a volver todos
a febrero de 2020, y a que la vida continúe, supone no generar una indagación y
un cuestionamiento filosófica sobre lo que había antes y qué suponíamos antes
que iba a venir después. Porque si algo genera el acontecimiento en el que
estamos ahora inmersos es a replantearnos de fondo, a socavar fuertemente las
estructuras y formatos que venían constituyendo el sentido de lo cotidiano.
Entonces, la romantización del pasado o del futuro lo que busca es minimizar
esto que estamos viviendo. Yo no lo minimizaría porque esto es, como se dice en
filosofía, “la forma del acontecimiento”, algo que genera un desplazamiento no
en los contenidos, sino en las formas en las que veníamos viviendo. En ese
sentido, empiezan a socavarse ciertas categorías que venían funcionando
normalmente.
¿Por ejemplo?
Una es nuestra experiencia en relación con el tiempo; otra
tiene que ver con las certezas y las incertidumbres; hay algo de las
estructuras binarias que están deconstruyéndose hoy y se empiezan a difuminar
ciertos límites. Por ejemplo, los límites entre lo productivo e improductivo, o
qué es el afuera y qué es el adentro. Me parece que esas estructuras, en estos
tiempos, empiezan a colapsar y nos exigen repensar, entonces, más
metafóricamente, qué es estar confinado, a pensar simbólicamente sobre el
confinamiento más allá del confinamiento material. Hoy estamos atravesados por
una cuarentena por una decisión institucional que tiene como objetivo la
prevención y la interrupción del contagio. Habrá que ver si es exitosa o no, a
lo largo del tiempo. Todo parece indicar que sí. Ahora, otra cosa es cómo la
filosofía nos permite repensar la idea de confinamiento, desde el punto de
vista simbólico. Paul Preciado dice que, de algún modo, ya existía una
predisposición social a este tipo de formas de reordenamiento social, porque ya
existían previamente maneras de confinamiento que tienen que ver con los
disciplinamiento sociales, con los modos en que nos concebimos como individuos
a nosotros mismos.
¿Molesta ese reordenamiento, por ejemplo, a determinado
establishment?
Hoy vivimos en una incertidumbre que no nos permite
vislumbrar hacia dónde puede dirigirse lo que hoy está pasando. Está claro que
estamos viviendo una suerte de “mientras”, de “durante”, una experiencia del
tiempo diferente a lo que estamos acostumbrados, porque la idea de tiempo
lineal está colapsada. Entonces, estamos en una cierta espera. Y se trata de
una espera que si la unimos con cierta proyección, obviamente contamina lo que
sea. Me parece que la espera, lo que tiene de angustiante, es su relación con
la incertidumbre. Las posibilidades de resolución son varias y son muy
antinómicas. En ese sentido, creo que a todos nos molesta lo que estamos
viviendo. No creo que nadie salga indemne de esta situación; no creo que nadie
lo celebre en algún punto. Lo que podemos hacer es que mientras padecemos el
confinamiento, primero no dejar de analizar y visualizar todas las relaciones
conceptuales que genera con formas de conocimiento de nosotros mismos, de lo
social, de lo político. Esto es clave para no reducirlo únicamente a una
cuestión médico-institucional. Porque eso sería hasta decretar, incluso en el
mal sentido del término, la inutilidad de las ciencias sociales. Bienvenidas
las ciencias sociales para indagar acerca de todos esos otros aspectos que, en
general, en el discurso de los medios se solapan porque se visualiza solo una
única variable, que tiene que ver con cuarenta sí o cuarentena no.
Y como si eso excluyera todo el resto.
Claro. En general, lo que hacen las ciencias sociales y
humanísticas es conflictuar las lecturas, problematizar la realidad. Y esa
problematización es empezar a unirla de asociaciones varias que nos permita ver
aspectos entre otros aspectos. Después cada uno lo leerá desde lugares
distintos. Byung-Chul Han, por ejemplo, pone el acento en el cuidado y la
prevención con la ampliación de gobiernos más autoritarios. O sea que cuanto
más información posee el gobierno con una intromisión clara en los derechos
individuales, más capacidad tiene de gestionar la interrupción del contagio. Él
dice también, en jaque paradójico, los problemas de las sociedades democráticas
occidentales que se ven, en ese sentido, menos capaces de afrontar la
situación. Me parece que es fundamental dar esos debates y creo que esta
pandemia/cuarentena es una oportunidad para ir a fondo con ciertas discusiones
teóricas y filosóficas que, tal vez, en el mundo prepandémico las teníamos muy
dentro del conjunto de las potencialidades y se veían como metáforas. Este es,
claramente, el fin de la metáfora.
Ahora que estamos
en confinamiento y, tal vez, más conectados o atentos a los medios y redes
sociales, ¿creés que puede haber cierto aprovechamiento para imponer
determinados debates que, al final, son siempre unidireccionales?
En relación con los medios, hay una relación multifacética.
Los medios disponen a partir también de una realidad material que es la que se
vive en las sociedades. No son extraterrestres que vienen a condicionar la vida
del ser humano, sino que las falencias mismas del ser humano terminan de alguna
manera buscando un tipo de respuesta o un tipo de discurso que aparece en los
medios. Me parece que es una relación absolutamente interactiva entre ambos
polos. Y yendo también a esa idea de Marx cuando dice “la religión como opio
del pueblo”, Marx está lejos de pensar que la institución religiosa viene a
adiestrar a la población con el opio; sino que, de algún modo, hay una falencia
originaria en la vacuidad del ser humano que lo que hace es ir en busca de la
religión para calmar su lugar no realizado. Creo que con los medios pasa algo
parecido. Y en lo concreto de este confinamiento, justamente lo que se genera
es una necesidad de continuar el vínculo con el otro que es un vínculo que ha
sido interrumpido. Y la tecnología posibilita que ese vínculo continúe.
Pero según sus propias reglas.
Claro, preformateados al interior de lo que hoy la
informática posibilita como forma de comunicación. Sin embargo, tampoco
romanticemos la libre comunicación que existía antes de la cuarenta o de la
informática porque si no, nos creemos que el ser humano es increíblemente
genial y que siempre su decadencia tiene que ver con un presente en el que encontramos
chivos expiatorios diversos. Porque siempre nos gusta mucho hacer de la
tecnología un chivo expiatorio: antes de las redes teníamos amigos; y ahora,
contactos. Y si pensamos en las relaciones amistosas antes de las redes,
teníamos las mismas contradicciones que las que tenemos hoy en el interior de
las redes. En ese sentido, los debates que se están dando tienen que ver
también con el modo en que hoy la informática y los medios posibilitan la
continuación del vínculo, en este momento. Yo trato de vivir la tecnología como
una oportunidad de ampliar fronteras de lo real. Me interesa desde ese lugar,
no me interesa como reemplazo de nada. La realidad no se reemplaza, porque la
realidad es todo lo que sucede, incluyendo los sueños, la informática, etc. Una
charla por whatsapp no reemplaza una charla cara a cara, porque las
intermediaciones suceden siempre. Hay un montón de factores que convergen y que
establecen filtros e intermediaciones cuando conversamos con otros. Entonces,
lo que hace la tecnología es ampliar las posibilidades de comunicación. Y el
día que se levante la cuarentena, bienvenidas estas nuevas exploraciones para
sumarlas al amplio espectro de formas de vincularnos con el otro.
¿Sobre las artes y espectáculos, creés que va a cambiar
la forma en que accedemos a las obras artísticas y estéticas?
Está incierto. Creo que el gran eje de todo esto es la
incertidumbre. En el mundo de la cultura hay unas interrupciones de lo que
venían siendo muchas producciones, como teatrales y musicales. Pero es
interesante cómo se fueron dando algunas reconversiones en lo que parecía que
no podía encontrársele la vuelta. De repente e increíblemente, tenemos un
montón de espectáculos a los que accedemos por medio de las plataformas y que
exigen, como decía antes, de experimentaciones nuevas. Sucede lo mismo en el
aula: pensar que por medio de la computadora se está reemplazando el trabajo en
el aula es quedarse en un modelo binario y generar una dualidad, en vez de
integrar e incorporar lo que la tecnología trae de posibilidades de
transformación. Ninguna clase virtual reemplaza una presencial, sino que al
contrario: la clase virtual posibilita que la clase, sea presencial o no, gane
en posibilidades. Por supuesto, siempre está la posibilidad de que todo sea
para peor, depende de lo que se vaya desplegando. Con el mundo de la cultura
pasa lo mismo. Nadie niega todo lo que genera ir a ver una banda en vivo. Pero
hoy no se puede y lo que sí se puede es que se den vía streaming, que realmente
posibilitan nuevas exploraciones. Para mí, lo interesante es hacia dónde vamos
y qué va a pasar con esos espectáculos cuando se termine la cuarenta, si
integraremos o no, por ejemplo, todo aquello que la informática trajo como
novedad.